Cuento publicado en LOS CUENTOS DEL GALLITO (Suplemento EL ESCOLAR del DIARIO EL PAIS, el 2/3/94)
Corría feliz por el campo. Era la corderita más joven del plantel y ese domingo soleado de primavera cumplía su primer mes de vida.
Lo festejaba, alegre, correteando por la pradera, persiguiendo las mariposas que se cruzaban, de a ratos, por su camino.
Corriendo y saltando llegó al límite del campo. Allá, del otro lado del alambrado, en el campo vecino, un grupo de ovejas la observaba, curiosas.
- Bee… beeee…. – baló Primorosa – vengan a conversar.
Entonces, se acerca una.
- ¡Qué bebé más grande eres! – comenta, asombrada, Primorosa, al ver el tamaño de su vecina.
- No soy bebé – ríe la vecina – Soy mayor, y ya madre de tres corderitos de diferentes edades.
- ¿Cómo que no eres bebé? ¡Si estás tan pelada como cuando yo nací! – acota Primorosa.
- No, corderita. No te equivoques. Todas las ovejas cuando nacemos somos peladas, sin ningún vellón. Luego nos crece, en pequeños mechones primero, para luego cubrirnos totalmente de espesa, abundante y enrulada lana. Pero al llegar la primavera, nuestros dueños nos esquilan para vender nuestra lana y permitirnos, a la vez, sentirnos más frescas en las agobiantes y calurosas tardes del verano. A ti también te va a pasar. Dentro de un año estarás como yo, sin lana, pero ya no serás bebé – aclara la oveja vecina.
- Pero mi mamá tiene toda su lana – replica Primorosa.
- Eso es porque aún su dueño no la ha esquilado. El mío siempre lo hace temprano, cuando llega el mes de setiembre. Pero esa tarea se puede hacer entre setiembre y los primeros días de diciembre. Ya verás que a ella también, pronto, la esquilarán – asegura la vecina.
Primorosa cambia la curiosa expresión de su carita y se llena de congoja al preguntar:
- ¿Quieres decir que mi mamá se verá flaca y arrugada como tú?
- ¡Claro! No es que enflaquezca. Lo que pasa es que al final del invierno todas las ovejas estamos tan tupidas de lana que parecemos más gordas. Pero no lo somos – contesta la oveja del campo de al lado.
- Me dará pena ver así a mi mamá – replica, triste, Primorosa.
- No te entristezcas. Recuerda que así, en verano, se sentirá fresca – culmina la otra oveja. – Y ahora discúlpame. Tengo que dar de mamar a mi cría más pequeña – agrega, y corre a reunirse con su corderito.
Primorosa la mira alejarse, pensativa, y reflexiona:
- Sí, tiene razón. Mamá se sentirá fresca. Y además, para mí, seguirá siendo bella.
MARIELA FERNÁNDEZ DE RISSO
Minas, Uruguay
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