Cuento publicado en LOS CUENTOS DEL GALLITO (Suplemento EL ESCOLAR del DIARIO EL PAIS, el 8/9/93)
Nicasio era un niño de cuatro años que cada mañana despertaba llorando.
Su mamá estaba muy preocupada pues todos los días cuando preguntaba a Nicasio el motivo de su llanto, la respuesta era la misma.
- Soñé que compraba una escalera larga, muy larga, mamá. Y me subía a ella e intentaba alcanzar las estrellas. Pero todos los días la Luna se interponía entre ellas y yo, y no me dejaba alcanzarlas. ¿Qué puedo hacer, mamá?
Tantas veces escuchó la madre la misma respuesta que una noche, luego de que su hijo se durmió, se asomó a la ventana a hablarle a la Luna.
- Señora Luna – le dijo – tú sabes que mi hijito todas las noches sueña que quiere alcanzar una estrella. Y todas las mañanas llora porque tú te le interpones en sus sueños y no logra alcanzar su estrella. ¿Puedes, esta noche, permitirle que la alcance? Lo harías muy feliz.
La mamá siempre había creído en los milagros y aunque la Luna, bien sabía ella, no oye, estaba segura de que, al hablarle, iba a lograr conseguir lo que pidiera. Por eso no se asombró cuando a la mañana siguiente escuchó el alegre llamado de su hijo.
- Mamá, mamita. ¿Sabes? Anoche alcancé a mi estrella. Y me invitó a subir a ella. Y me contó que era una estrella viajera, y que pasearíamos por el cielo y veríamos cosas muy bellas. Al principio, mamita, me asusté un poco y no creía mucho en lo que ella me decía. Pero, ¡si supieras, mamita, cuantas cosas hermosas vimos!
- Cuéntame, hijo, cuéntame – pidió, contenta, su madre y agradeció en silencio que la Luna escuchara su plegaria la noche anterior. – Cuéntame todo desde el principio, para que yo todo lo sepa.
- ¿Sabes, mamita? Yo compré una escalera nueva. Y subí peldaño por peldaño, hasta bien alto en la escalera. Pero la Luna no estaba, y pude llegar a la estrella. Cuando ella me invitó a viajar, subí a ella. Y de pronto ella se iluminó mucho, y brillaba, y desplegó una cola transparente y luminosa, bien larga, como la de las cometas. Me dijo: “agárrate fuerte”. Así lo hice y entonces ella comenzó a volar despacio por entre las nubes. Y alumbró la noche, y yo miré hacia abajo y vi cosas realmente bellas.
- ¿Qué cosas viste, mi niño? – preguntó la madre.
- Vi árboles, muchos árboles. Unos verdes, otros con hojas plateadas y algunos sin hojas, sólo con sus ramas secas. Vi flores de todos colores… y arroyos… y casas con rojas chimeneas. También vi ventanas abiertas y muchos niños durmiendo mientras yo paseaba en mi estrella. Y vi muchos animalitos que dormían en el campo: eran vacas, caballos, ovejas, aves en los corrales que también se veían desde allá arriba en el cielo. Y pajaritos que dormitaban en las ramas de los árboles. Y aves nocturnas como el búho que, parados en las ramas, emitían sonidos raros, no tan lindos como el canto de la calandria y el zorzal que tenemos en la jaula del patio de casa.
También vi las ranas y sapos que bailaban y croaban en los charcos de agua que veíamos, de vez en cuando, en nuestro recorrido. Y escuché grillitos. Y vi muchas luciérnagas. Y luego cruzamos el mar y pude ver las luces de los barcos que esperaban, anclados y quietos, que llegara el nuevo día para proseguir su marcha. Y después cruzamos otra ciudad y también vi muchas luces y unos pocos autos que corrían por las carreteras. Y escuché música de algunos sitios donde la gente que había, bailaba y cantaba. Y por cada lugar que pasábamos bajaba un poco mi estrella para que yo pudiera ver las cosas más de cerca. Y luego volvía a subir, para ir más rápido, hasta otro lugar donde me enseñaba más cosas bellas.
- Me alegro mucho, hijito. Al fin pudiste alcanzar tu estrella – dice la madre.
- Sí, mamá. Pero ¿sabes una cosa? Ya no quiero alcanzar más estrellas. Yo pensaba que era lo único lindo que había en el mundo. Pero ella me enseñó que también acá, en la Tierra, tenemos tantas cosas bellas…
MARIELA FERNÁNDEZ DE RISSO
Minas, Uruguay
No hay comentarios:
Publicar un comentario